NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN Y CORREA
Fiesta: 4 de septiembre
La devoción a María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación es universal y de larga tradición. Se celebra en diferentes fechas y se representa de diferentes formas, según el lugar, la historia y las costumbres.
En el caso de la familia de la “Orden de san Agustín”, ellos veneran a la santísima Virgen María bajo la advocación de “Nuestra Señora de la Consolación y Correa”, y la celebran el 4 de septiembre. La –correa- hace referencia al hábito agustiniano. El origen de esta devoción se halla íntimamente ligado a la vida de san Agustín, sintetizada en una piadosa tradición. Santa Mónica (madre de san Agustín) se hallaba sumida en el dolor por los extravíos de su hijo Agustín. A esta preocupación se sumó la muerte de su esposo Patricio y entonces meditó en la desolación de María después de la muerte de su hijo Jesús. Fue en eso que la Virgen se le apareció a Mónica. María vestía de negro y estaba ceñida con una correa del mismo color, y le dijo: “Mónica, hija mía, éste es el traje que vestí cuando estaba con los hombres después de la muerte de mi hijo. El mismo vestido llevaras tú en señal de tu devoción hacía mí”. La alegría de Mónica fue grande al escuchar aquellas palabras. Alegría que llegaría a su culmen con la conversión de su hijo Agustín.
Consta históricamente que en el siglo XV ya se habían instituido distintas Cofradías de la Correa en Bolonia. Cuando don Pedro de Aragón le pidió insistentemente a Clemente X le concediese algunas indulgencias, el Papa le respondió: “Tomad la correa de san Agustín y en ella las tenéis todas”.
El nombre de Consuelo o Consolación hace pensar en cercanía con el afligido, fortaleza para compartir el dolor ajeno, compañía para ahuyentar la tristeza de la soledad. María, elevada al cielo, “brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación” (Lumen Gentium, 69).
En las letanías del Rosario, la Iglesia invoca a María como consuelo de los afligidos, porque el título mariano por excelencia es el de madre de Dios y madre nuestra. Como madre, particularmente atenta a los hijos que sufren.
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